domingo, 6 de marzo de 2022

Apul


 A Malena, por tener siempre las palabras;

Estoy flotando 

sobre la espalda 

de un rinoceronte viejo,

con unas jorobas rozadas, 

enrevesadas,

canosas por el tiempo;

por los días que debió hacer frío.


Y le abrazan los vestigios 

del humo de la pipa de Dios.

Le maquillan algunos 

rayos luminosos,

que me acarician los pómulos.


Tengo las vísceras llenas 

de gnomos que cantan,

que hoy se ríen de las penas,

que bailan y se desatan.


Hoy la vida me sabe a miel,

al color de tu piel.

Te tengo a mi lado,

presa de Morfeo.

Así con los luceros aguados

fuera del juego,

empiezo a oler palomas blancas

(en realidad tú para mí siempre fuiste eso),

orquídeas recién paridas,

con los colorcillos a punto de articular palabra,

casi tantas como las que llevas dentro,

como las que aún 

no sabes que tienes, 

o como las que todavía 

no te has atrevido a soltar.


Hay una luz al fondo de la calle Soledad,

tenemos un huequito de algodón 

por si cae silencio.

Estás en medio de las letras que me pesan,

de los estúpidos sabores de nata.

Estás en la pequeña fuente,

cascada es cuando estoy sola,

contigo se lanza a romper 

y qué suerte-


El despertar de los sueños, 

las carreras porque no llegamos 

(no sabría decir adónde) 

pero siempre sentimos que no es ahí.

Los tendederos de conversaciones mixtas,

los espacios para abrir las alas de la otra,

las preguntas en mitad del ruido,

el otra vez me he aburrido,

que vendrán esos gigantes

a aplastarnos de nuevo, 

a decirnos que nunca sabremos crear un nido,

que hemos asesinado a los soldados 

de la noche noventa y nueve.


Entonces pones 

los caramelillos azules del revés,

parece que la gente te creyese monstruo;

y los comunes, loca;

y no sabes decirme qué es la justicia,

ni cuál es la receta del dolor. 

Y yo te veo azul, miel, trigo;

piano, francesa, vino;

hierbajos, lunarcitos, flores.

Quédate hasta que me pidan 

poner la moneda bajo mi lengua,

que tengo muchas vidas que vivir contigo.


Te tengo a mi lado, 

presa de Morfeo. 





domingo, 7 de noviembre de 2021

7


Si tú supieses apreciar los ratones 

que he dejado salir de mi hoyo 

para alimentar a tus serpientes,

el sonido de mi agua 

que he dejado caer 

para regar esa seca tierra tuya, 

la presión de mi brisa 

que he dejado flotar

para acariciar las pasadas hojas roídas de tus ramas. 


Si hubieses aprendido a comer los frutos rojos 

que te han regalado mis labios, 

los trozos de tinta que te han dedicado mis puños,

las huellas que he tenido que marcar para seguirte.


Si tú supieses las espinas que me he arrancado 

para que cogieses mis flores,

las barreras que he cerrado 

para que conocieses a mi cuco,

las mareas que he calmado 

para que probases mi sal.


Si hubieses absorbido la sangre de mis rodillas 

para subir a tus montañas, 

las noches de mi vigilia 

para curar tus pérdidas,

los huesos en los que me he convertido 

para escuchar tus síes;


Habrías descubierto a tiempo que antes eras serpiente hambrienta y no conocías la ambrosía del rojo.

Recordarías la tierra desértica que habitabas y las pocas flores que habías probado.

Las dudas no te habrían hecho parar la arena.


Y entonces ahora no llorarías 

a los engranajes de esta muñeca quieta, 

ni dudarías de la plenitud de tu vida,

ni extrañarías esos lirismos míos,

porque nunca los habrías perdido. 


domingo, 17 de octubre de 2021

Cielo


Te dejé entrar en mi parcela de cielo. 

Era algo inusual porque han volado muchos pájaros, pero mis vientos y tormentas repentinas siempre los acababan espantando o yo los consideraba tan poco compatibles con este pedazo de azul mío, que los hacía huir espantados.


Mi cielo no era de este celeste que abrazas, de ese lila crepúsculo con el que me gusta escribir poemas, de ese anaranjado con el que me despierto ansiando comerme el mundo. 

No era un sitio que necesitase compartir, fui mamando nubes que me recordaban el pánico que supone engendrar estrellas, sentir chispas en la panza, construir un cerco empíreo en el que te permitas ser en presencia del otro. 

Nunca he sabido cómo hacerlo. He criticado severamente a quienes unían sus nubes, mezclaban sus azules, regalaban sus brisas. A veces incluso por no saberlo, he roto tempestades en silencio, pero ni ahora formando parte de mi cielo te lo he contado. A veces sigo rompiéndolas. 

Otras cometí el mayor de los errores: darte demasiado Universo. 

No quise confundirte.


Ha sido precioso ofrecerte cada uno de mis planetas; presentarte los meteoritos de mi pasado, esos que arrasan de vez en cuando por mis semanas y nadie entiende entonces por qué quiero estar sola. Ha sido belleza definir el pedazo que nos pertenece, curar las grietas que te hicieron en tu techo, lamer las nuevas que se te han ido abriendo. 

Y he visto a la paloma blanca en cada salto de amor que hemos dado en el firmamento y he rezado muchas noches porque la copa de los cipreses nunca nos roce y tengamos que destruir nuestro huequito de cielo. 


Claro que me explotaste el corazón y supe qué comprendía el ser humana, pero no entendíamos la importancia de encajar los trozos de estratos antes que mezclarlos.

Cuando te alejaste sentí un vacío estelar tan grande,que dejaron de tener sentido para mí los pájaros, los chubascos, mis planetas, mi lluvia de meteoritos que daña tanto a las otras galaxias que amo, el huracán que me compone. 

Diluvié durante días. 

La vida dejó de parecerme el regalo que me pintaste y he cerrado mi azul a nuevas aves, a nuevos cirros, a nuevas fugaces. 

Escupí mil veces a los despendedores de esas bolitas negras, por haber tenido que rozar nuestro idílico cielo, por haberme hecho fracasar en el sueño mío de compartir siempre contigo ese paraíso tuyo.


domingo, 10 de octubre de 2021

Túnel

Dejé de tomar la luz del túnel como modelo de esperanza 

y ahora es lente del camino.


Los tonos de Cronos me han enseñado 

que no abonan unas lágrimas perpetuas 

la tierra de mis muertos 

por mucho amor que invada a esas sales. 

Y que los bosques en los que tanto me he refugiado 

no evitarán con sus ramas 

que algún día me abrase el sol.  

Perder el miedo a ser cera caída; 

a esas estrellas que son capaces de revolver la pócima 

y de hacer que quiera cambiar el mundo. 


Los pinceles de mis párpados ahora se sienten afortunados. 

Por los ratos en los que alguien grita 

que quiere acabar con las guerras que Occidente no está mirando. 

O por los alguien que disfrutan del café o de la brisa 

y son felices porque no hay nubes. 

Merecen mis odas. 


Permitirme jugar con mis corderas, 

perdonar al comepiedras, 

decirle nata a la Amazona, 

aprender algo de la tres pelos. 


Entregar mis días al alma, 

a las canicas fervientes de mi insecto, 

a las plegarias de la flaca, 

a las letras de los argentinos, 

a la paloma de mi calle, 

al retorno de los girasoles (que no es malo). 


Exprimir las risas de los ascensores, 

gestionar el repentino cambio de semáforos 

o cuando se me derrita el hielo donde habito. 

Conocer a otros monstruos que como yo, 

vivan en la parte estrecha del embudo. 


Es entonces cuando descuidas lo negro de soslayo, 

a los fantasmas de esas tinieblas laterales del paseo 

y no te hace falta soñar con el cielo, ni confiar en lo verde. 

Porque comienzas a absorber la vida por la cápsula última del túnel. 







jueves, 12 de agosto de 2021

Nubes


Yo siempre quise fundirme con las nubes.

De la tierra ya he sido abono.

Dejaba a los gusanos

hacerme cosquillas en mis platillos,

descender por mi guitarra,

hacer sonar mi trompeta.

Mientras que miraba las nubes.

Nunca consentí a mis manos 

acariciar la arena.

Los gusanos querían mi carne, 

acabaron por morder cada trozo.

Pero yo me debía al cielo.


Cuando logré incorporar mis cejas,

mi blanco se creyó espuma. 

Entonces tuve que jugar con el agua.

Los peces me royeron las postillas, 

el pasado coagulado de mis piernas 

devorabas por esos malditos gusanos.

A mí me gustaron los peces 

y por eso me quedé a bailarles un rato.

Ellos me seguían en círculos,

y de donde estanque después pozo, 

y yo los quería pero 

los peces sabían 

que yo me debía al cielo.


Alcancé los montes,

atravesando sus bosques-fortaleza

y sus árboles-habitáculos.

Allí respiré éxito.

La mayoría de los pájaros 

me dibujaron plumas,

me quisieron llevar a velar su aire.

Lamí cada estrato de viento que me ofrecían 

y las primeras nevadas, la vida me sabía a estrella.


Una mañana desperté con los ojos del alma,

con los que el mundo quiere estar dormido,

y entonces el camino eran burros con alas,

ratas con plumas. 

Pensé el amor en los lobos voladores,

caí en la fiesta de las hienas piloto. 

Entonces lloré entre las cumbres,

pataleé los bosques,

arranqué los árboles,

vacié estanques, 

revolví la arena.


La gente me creía soberbia, 

me bebían demente, 

me besaba solitaria.

Y yo buscaba el techo 

soberbia, 

demente, 

solitaria.

A veces hay que compartir la tormenta. 

Así que tenías que llegar tú 

para recordarme que yo era del cielo. 

Entonces calma. 

[Aunque estuviese en el suelo. 

Abandoné el resto de fusiones 

y aprendí a veces se pueden sentir las nubes 

con que alguien te diga te quiero.

domingo, 1 de agosto de 2021

Osiris


Cuando regreso a ese territorio, 
cuando quedo relegada 

al cuneiforme rincón 

donde cada cual guarda su pena, 

estoy sola. 


Me han mirado con envidia las almas de avestruz,

con odio 

las cabezas de sentido,

pero es que hay ratos en los que pierdo la sed.

En medio del agua fresquita, de la nariz de nata, 

vuelve el monstruo porque pierdo la sed.

Porque no puedo querer beber.


Yo he aprendiendo que no puedes alterar el curso natural de tu río. 

A mí me da placer cuando se me bañan vuestros ombligos, 

cuando chupais de mis días 

y me hacéis partícipe del mayor regalo del hombre, vuestro tiempo. 

Y me dejo ser, sin yo ser nada vuestro; 

me camuflo tanto que cabe confundirme 

y os sentís engañados cuando me esquilo, 

claro que he amado pero de repente no tengo sed 

y ahí llega la peor parte, 

jamás culparé por no saber entender 

el curso natural de esta corriente mía. 


A mí me gusta comer tormentas. 

Me dedicáis vuestros pecados, 

vuestros luceros saladitos;

Me creéis en vuestros caudales 

porque así dibujan 

el curso natural de la vertiente suya 

a los que la rutina les ha absorbido. 

Y yo incluso he conocido ocasiones 

para dejarme envolver por la demagogia, 

hasta que llegáis con tambores, 

con los días de gracia, 

con la fiebre de lo ordinario. 

Ahí llega la peor parte porque os confundo 

y yo me siento engañada 

y no valoro el curso natural de vuestro flujo, vuestro.


Es de mala educación que rumie 

las margaritas de sus dedos por un rato 

sabiendo que mi cauce dedica el resto de sus soles 

a esnifar historias, 

que es con lo que han hecho los grandes poesía. 

Entonces me entra la sed, y repudio vuestras serpientes incluso con las que soñé caricias 

y aparece terror a cantarme sola, 

mi pena se guarda donde mi inusitado rincón, 

relegando mi yo a ese territorio 

al que regreso cuando mi río desemboca. 

domingo, 27 de junio de 2021

Lo llano


Que hay ratitos en los que no se puede escribir 
y tú lo sientes, contigo siempre lo hablo.
Meses en los que La Seca sabe a felicidad 
y casi te asientas en el laberinto de la risa fácil, 
casi te enamoras de Dionisio, 
casi caes en el mayor de los errores: lo ordinario. 
Pero tú no eres eso y yo lo sé, contigo siempre lo siento.

Deshaces la serpiente de tu cabeza 
para luego darle una forma más difícil, 
para que no la entiendan y te crean demente, 
ahí no es porque me llaman loca; 
y tú lo sabes, contigo siempre lo noto.
La tormenta.

Que sí, 
que sí, 
que caiga. 
Que solo me quiero hacer amiga de las líneas 
al ritmo de los chubascos 
porque La Paz nunca ha parido versos, 
todos ven a esos hijos feos. 

Se regozan las calles, el pueblo, en el llanto. 
Con la ausencia de pan, se canta; 
con el anhelo al vino, suenan claveles; 
cada vez que se muere mi padre también hay pregones. 
Y tiene que existir alguien que haga el compás, 
que hacía falta fuego en casa, 
morena, 
tenías que hacer lo tuyo. 

“Los olmos no dan peras, pero tú eres un peral” 
y tú me lo dijiste, contigo siempre lo entiendo. 

Te avisé que he absorbido el abono de mi tierra, 
que he inyectado mis trompas en flores marchitas. 
A mí la muerte me parece parte de la vida 
y a veces soy un poco poeta porque escupo pena 
y otras soy un poco pueblo porque me baño en ella. 

Mamá yo quería la tiara, las sevillanas, los chasquidos.
Pequeña, quería ser artista 
[cuando morí el mundo me sabía a roto, a ruina, 
nací con reflujo a muerte, regurgitando ira.
Y tú venga a lamerme los luceros. 
Y yo venga a besarte las carencias, 
las raíces agudas, 
los vertidos pronunciados.
Yo te ofrecí la luna 
y te lamías los dedos
y me decías te quiero 
y a mí la vida me bastaba. 
Pero los días nos dolían.
Y tú carreras y sed en el pueblo.
Y yo tenía que hacer lo mío 
                         [pero aún así te quiero.
A ti te hablaría del espumillón y el confeti, 
de mi definición del tiempo, del bailar de las horas.
La mañana temprana.
El sol. La luna de Lorca. El verde. El jinete de Córdoba.
El sol.
A ti te hablaría.
Pero luego, con los bostezos, se me pasan.
Y qué iba a decirte a ti. 
Si tú siempre lo sabes.
Porque conmigo siempre lo hablas.